viernes, 10 de enero de 2020

¡Compañerito, fotos no!


"¡Aquí estoy, con las manos vendadas como el Morocho Hernández”.


Dos o tres días antes del atentado a Rómulo Betancourt en Los Próceres, Caracas vivía momentos de extraordinaria tensión política. En la ciudad se había desatado una enorme ola de rumores. Se hablaba de la inminencia de un golpe de Estado. En los pasillos de Miraflores los visitantes hablaban en voz baja, preocupados, expectantes. 

El 24 de junio de 1960 no tenía guardia en el periódico; pero estaba preparado, en caso de que se presentase una emergencia. Era el reportero a quien El Nacional había asignado la fuente política en el Palacio de Gobierno y, por supuesto, me llamaron cuando se registró el hecho criminal en Los Próceres y con Jorge Humberto Cárdenas, gran fotógrafo y gran compañero llegué en minutos al sitio de la tragedia. Observamos llenos de estupor el estado desastroso del vehículo presidencial, de donde ya habían retirado los cuerpos destrozados del Jefe de la Casa Militar, Ramón Armas Pérez y del conductor, cuando apareció, al frente de una patrulla, Valmore Rodríguez Barrera, ya para entonces oficial de las Fuerzas Armadas, quien recorría el sector. 

- ¡Epa, epa!.. A Rómulo lo trasladaron al Hospital Clínico Universitario. ¡Vénganse conmigo! 

Fue la suya una noticia tranquilizadora, pues hasta entonces, pensábamos que habían asesinado al Jefe del Estado. 

- Rómulo no iba ahí - nos dijo -. Por eso se salva. Allí viajaba el coronel Armas Pérez, al lado del chofer. Rómulo venía detrás, en el auto del ministro de la Defensa. El presidente decidió, a última hora, acompañar a la pareja ministerial -el general Josué López Henríquez y su esposa- quienes llegaron un poco retrasados  a la quinta Los Núñez, en La Castellana, desde donde partiría la comitiva hacia Los Próceres - y dijo a Armas Pérez que se fuera adelante. 

Esta decisión le salvó la vida, pues los asesinos, que habían organizado el diabólico plan magnicida hasta en los mínimos detalles, jamás pudieron sospechar que su presunta víctima, a última hora, iba a cambiar de vehículo Hubo otro detalle salvador. Esto me lo conto cierta mañana en Pacairigua, adonde fui a visitarlo muchos años después, el propio presidente: 

- Cuando yo viajaba en auto - me observó - procuraba colocarme siempre en uno de los extremos de la parte trasera y colocaba una mano sobre la manija de la portezuela. Cuando estalló la bomba, automáticamente, abrí la puerta de mi lado. Me quemé las manos abriendo la otra para auxiliar a la señora López Henríquez y al propio ministro, que sufrió una severa conmoción. 
- Valmorito - yo seguí llamándolo así, familiarmente, incluso ya ascendido a general -, era hijo del escritor, político y periodista Valmore Rodríguez, nos condujo a través de una serie de corredores, pasillos y escaleras, hasta el quirófano. Algo inaudito y extraordinariamente casual y afortunado para nosotros. Cárdenas y yo entramos al recinto justo en el instante en que el doctor Joel Valencia Parparcen y un médico ayudante le vendaban las manos. Betancourt levantó ligeramente la vista y al advertir nuestra presencia lo primero que nos dijo fue: 
- ¡Compañerito, fotos no!..
- Está muy mal - me declaró el doctor Valencia, quien me tenía especial afecto -. Acabamos de sacarle varias esquirlas del abdomen. Pero... las manos....  ¡Están muy quemadas! ... ¡Se salvará! .... 

Me hablaba desde un lado de la camilla donde seguía atendiendo al Presidente. Doña Carmen Valverde, su primera esposa, valiente, serena, al lado de Valencia, contestó amable y dulce, mi saludo. 

Betancourt volvió entonces a alzar la cabeza:
- ¡Ya sabes, Cárdenas!..

Y mi compañero no fue capaz de disparar un solo flash. 

Esa misma noche Betancourt se hizo trasladar a Miraflores y el 25 se dirigió al país en cadena de radio y televisión. Su primera frase: "¡Aquí estoy, con las manos vendadas como el Morocho Hernández”, la recuerda toda Venezuela!.. El Morocho era un formidable boxeador, de poderosa pegada, famoso en el mundo deportivo. 

Mi reseña resultó una exclusiva.

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