viernes, 10 de enero de 2020

Fantasmas en palacio



Mariano Picón Salas, iluminado guerrero de la palabra, siempre ha estado presente entre los periodistas que nos iniciamos en estas lides desde 1945 hace más de media centuria. Su innata sencillez, que lo hacía aparecer como una persona tímida; su profunda sabiduría, su humana pasta de hombre y su sonrisa; sus ademanes y su gracia para decir las cosas; su arrojo para asumir responsabilidades, siendo medroso por naturaleza, lo convertían en un personaje verdaderamente encantador. Novelista, ensayista, académico, Don Mariano, como dimos en llamarlo respetuosamente, por lo que valía y no por la edad y cuyo tratamiento aceptaba de buen grado, marcó huella profunda en la Venezuela que despertó al siglo muy avanzados ya los años treinta del pasado siglo. Lo recordamos con profundo agradecimiento no desprovisto de cierta desfachatez, por los dramáticos días que antecedieron a la caída de la dictadura perezjimenista. Fue él, precisamente, quien encabezó las firmas del documento de los intelectuales que marcó la pauta para la gran desobediencia civil. Firmó el documento y corrió, desalado, a esconderse en una casa de La Guaira que todos conocíamos. 

En la Escuela de Periodismo que refundó en 1956 Horacio Cárdenas Becerra, fue profesor de literatura de un centenar de colegas que inundamos los salones de la Universidad Central para oír sus agradables conferencias. Cierta mañana—porque las clases comenzaban a las 6 y terminaban a las 10----preguntó a los presentes, entre quienes había numerosos escritores y poetas, quien había leído Madame Bovary. Por supuesto que el querido y ya desaparecido Juan Manuel González, gran poeta y cáustico y ácido humorista, levantó la mano. Don Mariano le pidió que la resumiera y éste lo hizo en forma por demás prolija, lo que le valió un cálido reconocimiento del profesor. Dos días después y más o menos ante el mismo grupo numeroso de alumnos, Don Mariano quiso saber si alguien había leído Rojo y Negro, de Sthendal y nuevamente González se dio por aludido. Pero entonces, antes de que el gran ensayista merideño le pidiera que resumiera la novela, el terrible Mocho le dijo, con su hilillo de voz: “te la voy a resumir, Mariano; pero la próxima vez me pagas la clase” 

Son aspectos de la vida menuda de nuestros eximios intelectuales que escapan, por supuesto a críticos y biógrafos, pues no les corresponde, como la vez que siendo Secretario General de la Presidencia de la República, al inicio del gobierno de Leoni, sentado en un salón contiguo al despacho del Primer Magistrado, una tarde sonó el teléfono y cuando Don Mariano descolgó el auricular del otro lado se oyó la voz del ministro de la Defensa, el general Ramón Florencio Gómez. 

- Soy el general Gómez - le dijo -. Y Don Mariano, abstraído seguramente en algún pensamiento ajeno a toda función de gobierno, soltó el teléfono y salió corriendo hacía el pasillo central de palacio dando grandes voces: ¡Fantasmas en Palacio!.. Costó alcanzarlo y aclararle que se trataba, en efecto, del muy respetado militar que necesitaba hacerle una consulta al Presidente. 

(Esta columna apareció publicada en el vespertino El Mundo 
el 27 de enero de 2001)

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