viernes, 10 de enero de 2020

Jóvito Villalba, un cruzado de la democracia



No había cumplido los veinte años de edad cuando un discurso suyo en el Panteón Nacional, como secretario general de la Federación de Estudiantes de Venezuela, lo catapultó a la vida política al desafiar la tiranía de Juan Vicente Gómez. Corría el mes de febrero de 1928. Por su acción, denodada y valiente purgó más de seis años en las ergástulas del castillo de Puerto Cabello; pero sus palabras despertaron la conciencia nacional en aquellos días de martirio y silencio. Se llamaba Jóvito Villalba.

Desde entonces hasta la década de los años 80 del siglo pasado, su presencia en la vida política del país ocupó sitio preponderante como orador notable, parlamentario brillante; pero por encima de todo ello, por su empeñoso afán en la formación de partidos políticos, fundamentales para el ejercicio de la democracia. Por ello luchó con denuedo y su esfuerzo en la empresa titánica por imponerla, como la de todos los precursores, si bien le acarreó grandes tropiezos, igualmente le acarreo enormes satisfacciones.

LÍDER ESTUDIANTIL


Ningún otro miembro de la aguerrida generación de que formó parte pagó cuota tan elevada y árdua. Tras su prolongada prisión, fue expulsado del país, al que pudo regresar a la muerte del tirano en un barco alemán que cargaba carbón desde Trinidad y en el cual embarcó como polizón. 

A su regreso ocupó la presidencia de la combativa organización estudiantil y en tal carácter, encabezó el 14 de febrero de 1936 una formidable marcha hacia Miraflores para protestar por la masacre que un día antes había consumado la Policía de Caracas disparando a mansalva contra una manifestación en la plaza Bolívar que dejó varios muertos y numerosos heridos. El presidente Eleazar López Contreras se comprometió a cumplir el pliego de reivindicaciones que le sometió Villalba, con lo que inauguró un nuevo estilo en la vida política venezolana.

En el año 1937 VillaIba es expulsado otra vez del país junto con otros 46 compatriotas acusados de “comunistas”; pero disfrazado de campesino entra de nuevo al territorio nacional y se dedica a la consolidación de una organización partidista para enfrentar al gobierno por la vía democrática.

CONDUCTOR DE MASAS

Diversas concepciones en la manera de asumir la oposición lo distancian de algunos compañeros de lucha -Betancourt, Leoni, Otero Silva, Acosta Saignes-. La Asamblea Legislativa del estado Nueva Esparta lo elige senador y en el Congreso de 1943 a 1945 el margariteño se consagra como uno de los grandes oradores parlamentarios que ha tenido Venezuela. Labor que continúa en el trienio que va del 45 al 48, cuando la Revolución del 18 de Octubre de 1948 le da un nuevo rumbo a la política del país. 
- Un clima inédito - escribió el Dr. Ramón J.Velásquez-. Surgieron con ímpetu las organizaciones sindicales, aparecen en el universo partidista varias agrupaciones; los medios impresos y radiales abren sus espacios a la discusión de los diversos problemas del país. Se vive una etapa intensa y apasionada de libre ejercicio de las ideas y en ese clima y con este ambiente se va a revelar en toda su magnitud la figura polémica de gran conductor de masas que fue Jóvito Villalba.

UNAS DE CAL Y OTRAS DE ARENA


El triunvirato militar que derrocó a Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948 convocó a elecciones en noviembre de 1952 a una Asamblea Constituyente. El partido Unión Republicana  Democrática con Jóvito Villalba a la cabeza resolvió aprovechar la ventana que se abría y participó en el proceso, que ganó en forma avasalladora. El régimen tiránico de Marcos Pérez Jiménez desconoció ese triunfo y expulsó del país a Villalba y a sus compañeros del directorio partidista. El tenaz margariteño volvería, entre los primeros, en febrero de 1958 proponiendo un gobierno de coalición para desarrollar un programa de reformas políticas, económicas y sociales: El Pacto que concibiera con Rómulo Betancourt y Rafael Caldera en Nueva York y que cristalizó con su firma en la quinta Punto Fijo de la urbanización Las Delicias, donde vivía Caldera.

En las elecciones de 1958 postuló al Almirante Wolfgang Larrazábal, quien llegó segundo en la contienda; pero que le aseguró notable presencia en las Cámaras Legislativas al partido URD.

¡VOTOS SI, BALAS NO!


Jóvito resolvió postularse como candidato a la presidencia de la República en las elecciones de 1963, en la que participaron igualmente, Raúl Leoni, Arturo Uslar Pietri, Rafael Caldera y Wolfgang Larrazábal. Llegó en el tercer lugar, dividida como fueron a la contienda las fuerzas de la oposición. Desde entonces, unas veces en alianza con Acción Democrática otras respaldando a los candidatos de Copei, el partido de Jóvito Villalba jugó un papel de primerísima importancia en los procesos electorales venezolanos.

El presidente Raúl Leoni, tras su triunfo de ese año concertó con Villalba y Uslar Pietri un gobierno que se llamó de Ancha Base, que representó el 63% de la base electoral. El politólogo Humberto Njaim escribió que la participación de Villalba en esas elecciones de 1963 con la consigna “votos si, balas no”---que expresaban su rechazo a la guerrilla---al marcar la ruptura del frente de oposición, sería “uno de los momentos fundamentales en la estabilización del sistema democrático venezolano”.

Y Teodoro Petkoff ha dicho: “La Dirección del Movimiento Revolucionario no percibió los alcances que habría tenido una eventual decisión suya de apoyar la candidatura presidencial de Jóvito Villalba”. Vale decir que la cárcel ni el exilio doblegaron su fe, ni el rencor y el odio se aposentaron en su espíritu de cruzado civil por los valores fundamentales del ser humano. Los venezolanos de su tiempo y los que ahora han surgído en la arena política le adeudan al luchador infatigable, austero y honesto que fue Jóvito Villalba el reconocimiento que merece como uno de los grandes forjadores de nuestra democracia.

Pero antes, cuando me documentaba para escribir su biografía (la 79 de la Biblioteca Biográfica Venezolana) recogí valiosos testimonios de tres eminentes hombres de letras -tres poetas que le oyeron hablar y fueron devotos de su voz, entre éllos, dos que en la vida cotidiana lo adversaron- y que cuando el faro de su existencia se apagó, se confesaron amigos y discípulos suyos. Jóvito fue así: mago y señor de la palabra. Fue el verbo. El gran tribuno.

El primero dijo de él: “No hay que buscarlo en los libros, porque no es el literato que lee discursos, ni el intelectual paciente que los memoriza. Para Jóvito la oratoria es un instrumento de creación. Tribuna por obra y gracia de la imaginación que labra, de la inteligencia que penetra, del talento que crea”. Se llamaba Alirio Ugarte Pelayo.

- Por años - diría más adelante en el prólogo de un libro sobre su doctrina - he seguido casi a diario la obra de Jóvito. Muchas veces me he llenado de una admiración casi mística por su paciencia, por su habilidad, su sencillez, por su inagotable aptitud para explicar de mil modos las cosas más simples. Un hombre como él, que en el fondo es violento y drástico; que de natural es nervioso y brillante, se va por pueblos y campos a repetir fórmulas simplísimas que tienen algo de catecismo junto al concepto de libertad y he aquí lo fundamental en su pensamiento: levanta siempre el de la justicia como complemento y como orientación.

“La Republica no puede ser el botín de un partido, la democracia no puede ser el empeño unilateral de un grupo, la constitución no puede ser el producto del aplastamiento de unos venezolanos por otros, la libertad no puede ser el monologo de un sector por amplio que circunstancialmente aparezca. Solamente la unidad en el derecho de todos los factores de la Nación permitirá el nacimiento y desarrollo de una legalidad indiscutida e indiscutible, por cuya vigencia pueden jugarse la vida venezolanos de todas las tendencias”.

Mayor definición, mejor retrato de quien fuera su maestro, difícil de concebir. 
El otro lo expresó en la forma festiva de su carácter: “Admiré la palabra y el gesto. Después fui devoto de la voz”. Lo escribió Luís Pastori en un opúsculo que tituló: “El Ultimo Tribuno”.

  • Jóvito enfrentó la crisis de la oposición cuando cayó el general Medina. Y la realizó casi solo, como cruzado soñador en contra de lo que entendía por asonada militar y en defensa de un ideal que todavía no ha sido posible conseguir: la integración nacional. Se lo ha llamado pacto social, convivencia, concertación, sin éxito aparente. Punto Fijo, la Ancha Base.
  • Narra el poeta una gira al Táchira, acompañando al líder por aquellos días tormentosos de 1946 y las vicisitudes de los dirigentes regionales para garantizar los mitines, a tal extremo, que el secretario general urredista visitó a Villalba para consultarle la posibilidad de suspender el acto en San Cristóbal. 
  • Sufriendo el complejo de una tímida y menguada experiencia como aspirante a activista político, dije que me parecía muy bien. Jóvito lo pensó unos minutos y expresó, solemnemente: ¡Vamos al mitin aunque nos maten! Y cuando subió a la tribuna, su sola presencia, su elegante y elevada estatura, la autoposición que de sus principios lo embargaban, su manera peculiar de agitar los brazos, imponer silencio, o abrir oportunamente la espita de los aplausos y de los voceríos ensordecedores, han hecho de él el mejor orador político del Continente: Una vez lo ví en Bogotá, en el Senado colombiano tribuna de Gaitán y otros grandes oradores, poner al público de pie, en una de las más cerradas ovaciones, según testigos notables del hermano país, que se hayan escuchado en ese hemiciclo.

El tercer poeta -también insigne mago de la oratoria- fue Manuel Alfredo Rodríguez en el homenaje que la Asamblea Legislativa del Estado Nueva Esparta le ofreció a Jóvito el 22 de marzo de 1986, en La Asunción, en ocasión de su 78 aniversario. Dijo entonces el gran escritor y parlamentario guayanés, al recordar el histórico discurso de El Panteón que marcó el inicio del movimiento democrático popular de Venezuela: “Aquí comenzó el holocausto de Jóvito en aras de la unidad del pueblo venezolano con miras a lograr el imperio de una democracia política y social y la conquista de la liberación nacional. Venezuela sabe que la orden de su aprehensión fue girada personalmente por el dictador y que a lo largo de cinco años interminables -desde 1929 hasta diciembre de 1934- Jóvito permaneció secuestrado en el lúgubre castillo de Puerto Cabello con el tormento adicional de un par de grillos ceñidos a los tobillos. Se dice fácil y se dice pronto....” Cinco años de una juventud gallarda, briosa y soñadora, encerrada y consumida tras los muros de una prisión sin más compañía que el dolor, las enfermedades y la muerte. Siete años de privación del amor, del hogar, de la variedad del mundo, de los refinados goces del espíritu, de la libertad, en fin, con todas sus bienandanzas. 

Ciertamente, se necesita un excepcional temple espiritual, una moral cívica invulnerable y un profundo respeto a la propia dignidad, para resistir con entereza y hasta con optimismo el descarado despojo del bien inestimable e intransferible que es el disfrute de la vida”. 
Dijo además: “Jóvito se enfrentó a su destino y no sucumbió a la tentación de escribir cartas de arrepentimiento o de mover amistades que tal vez hubiesen puesto término a su tormento. La cárcel fue la escuela de venezolanidad y la fragua forjadora de su voluntad combatiente”.

(Este artículo, apareció en la edición del diario El Nacional correspondiente al sábado 22 de marzo de 2008, con motivo de conmemorarse el centenario de su nacimiento)

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