viernes, 10 de enero de 2020

Los recuerdos de Ana Senior

"¡Qué de resistencia! Se burlaban de nosotras.
La gente se apostaba en las aceras para
reirse a nuestro paso y gritamos
pesadeces": Ana Delgado Senior.


Ana Sénior de Delgado---para decirlo en pocas palabras---es la viuda de Francisco José Delgado---Kotepa---ese extraordinario luchador social, político (de los fundadores en Venezuela del Partido Comunista), periodista -fundó con Pedro Beroes, Víctor Simone De Lima y el futbolista Vaughan Salas Lozada el periódico “Ultimas Noticias”- y notable humorista, autor de la estupenda y recordada columna “Escribe que algo queda”, que aparecía los domingos en el diario El Nacional; pero Ana fue, igualmente, una de las más destacadas dirigentes de la Asociación Cultural Femenina, que lucho en Venezuela, en las décadas de los años 30 y 40 del pasado siglo, por los derechos civiles y sociales de la mujer, que hasta entonces se mantenían en el fondo de las más recónditas gavetas de los gobiernos de la época.

Esta entrevista, cuando Ana Sénior, como se la conoció siempre, trepa con algunas dificultades el siglo de existencia, reivindica para élla y para el grupo de destacadas compatriotas de enorme sensibilidad ciudadana que cerraron filas en la histórica Asociación, el reconocimiento tardío de las generaciones que las han sucedido, muchas de ellas ignorando su dedicación y sacrificio por la incorporación al mundo civilizado que vivimos. 
Doña Ana es la madre de dos destacados venezolanos: Igor Delgado Sénior, sociólogo, escritor, diplomático y Franzel Delgado Sénior, eminente y estudioso psiquiatra y escritor.

A continuación, la entrevista que le hice a tan distinguida compatriota a comienzos del año 2009, cuando recopilaba datos y documentos para la biografía de Carmen Clemente Travieso de las ‘primeras periodistas; que se lanzaron a la calle, lápiz y libreta en mano, para narrar las vicisitudes, trabajos y conquistas de la mujer venezolana. 

Ninguna de las compañeras de la Asociación Cultural Femenina  cultivó tanto la amistad con Carmen Clemente Travieso como Ana Senior, una revolucionaria excepcional: inteligente, lista, sagaz, que al igual que élla, puso toda su energía y empeñó todo su afán, en conquistar los derechos civiles y sociales de la mujer venezolana, de los cuales carecía ya bien andado el Siglo XX. Con el grupo compacto de luchadoras que emprendió esa campaña, que no personaliza sino que considera formó parte de un momento histórico que se vivió en el país, trabajó a brazo partido, organizando manifestaciones, conferencias, convenciones, colaborando con los obreros que realizaron las primeras huelgas en el país en demanda de sus reivindicaciones. La visité en su pequeño y encantador apartamento de La Florida. Perfectamente lúcida a sus 93 años, se queja tan solo de pequeños inconvenientes para caminar. 

- ¡Yo! - me sonríe - que era un resorte, que iba de un extremo a otro activando diversos eventos. 
Ahora retrocede en el tiempo y va recordando episodios, acontecimientos, sucesos. 
- Nosotras, las de la Asociación Cultural Femenina - me dice - motorizamos la lucha por el “Sábado Inglés”. ¿Sabes qué era eso? 
No me da tiempo a responderle. Me explica. Se trabajaba todos los días de la semana, mañana y tarde. Los trabajadores no disponían de un rato libre adicional para dedicarlo a sus cuestiones personales: a su familia, a sus hijos. Eso era inhumano. Las mujeres de la Asociación promovimos una manifestación que encabezamos para demandar a los empleadores esa tarde del sábado libre para obreros y empleados.

- ¡Qué de resistencia! Se burlaban de nosotras. La gente se apostaba en las aceras para reirse a nuestro paso y gritamos pesadeces.

Pocos meses después fue una conquista por obra y gracia de ese núcleo de mujeres entre las cuales reinó desde siempre, una conciencia política. Las había de todas las tendencias, pero actuábamos con un sentido de unidad que no se resquebrajó nunca mientras existió como Asociación.

- Hicimos marchas para apoyar a la República Española, sumergida entonces en la terrible guerra civil que la consumió. Cuando estalló la primera huelga petrolera, en el Zulia, en el gobierno de López Contreras, establecimos un Comité que recibió a los hijos de los trabajadores con médicos y enfermeras que los examinaron. Eduardo Gallegos Mancera estuvo a la cabeza de los facultativos. Solo después de esos exámenes los trasladábamos a las casas que los iban a recibir y a tener mientras durase el conflicto.
- ¿Carmen Clemente Travieso estuvo en todas esas actividades? 
- Por supuesto. Ella fue de las principales protagonistas, junto con Pepita Bello y Lola Morales Lara y Pomponette Planchart y Rosa de Ratto. De los hombres, recuerdo a José Ratto Ciarlo, a Miguel Otero Silva, a Pedro Beroes, a Kotepa.
- En el gobierno de Medina, nos declaramos en emergencia para visitar, sitio por sitio, cuchitril por cuchitril, lo que era El Silencio. Y convencimos no solo a las escasas familias que vivían en aquel antro, sino a las prostitutas, que accedieron con la mejor buena fe del mundo a desalojar ese infierno para darle paso a la moderna urbanización que hizo construir allí Medina.

“Recuerdo que Alberto Ravell nos llevaba en su destartalado carrito a recorrer los estrechos lugares donde nosotras realizábamos la campaña de convencimiento, por cierto con notable resultado. Y todo eso lo hicimos de manera espontánea, por convencimiento de que había que poner remedio a esa situación de deterioro social. Jamás admitimos remuneración de ninguna institución y menos del gobierno”.

Ana hace una pausa y ríe. 

- ¿Qué más recuerda? 
- Los chinos en el sector eran otro horror con sus lavanderías, en las cuales vivían como moscas. No terminaban nunca de salir de aquellas estrechas criptas en las que vivían. Se multiplicaban como las abejas... 

Se refirió a la Casa de la Obrera, promovida igualmente por las mujeres de la Asociación. “Allí llevamos a decir conferencias a políticos, educadores, científicos. Hubo una época en la que los mayores acontecimientos de esa naturaleza tuvieron como sede ese recinto. Recuerdo una conferencia magistral que le oí a Prieto Figueroa. Allí mismo festejamos el primer Congreso Femenino. Yo creo que esa Casa quedaba por los alrededores de las esquinas de Cují o Romualda. No te preciso, porque como ahora están cambiando tanto las cosas” 

Hablamos de Kotepa y su sensibilidad. De esa disposición de espíritu tan suya de no hacer dinero, “porque el dinero corrompe”.

- Cierta vez Analuisa Llovera me pidió que cuando fuera con Kotepa a ver a Pacheco Arroyo, que estaba recluido en el Manicomio, élla quería ir con nosotros. Y así lo hicimos.

Pacheco Arroyo fue un obrero camarada a quien Gómez hizo encerrar en La Rotunda con Juan Batista Fuenmayor, Rodolfo Quintero y los demás comunistas que cayeron presos cuando allanaron las oficinas de Mariano Fortoul, por los lados de la esquina de Abanico. Pacheco Arroyo enloqueció y a duras penas, pues al parecer esperaban que muriera en prisión, en aquel calabozo estrecho, sin luz y sin aire donde lo arrojaron, lo trasladaron al Psiquiátrico. Cuando Kotepa salió en libertad, fuimos a verlo con Analuisa, como te digo.

Y al llegar, Kotepa le dijo:

- Pacheco, te presento a Ana, mi mujer.

Él se quedó mirándome y al cabo de un rato le comentó:

- Kotepo - porque así era como lo llamaba - tienes buen gusto.
- Gracias - le dijo Kotepa -. Y ésta es Analuisa, una amiga... 

El enfermo guardó silencio unos instantes y después expreso:

- ¡Es chiquita…pero sirve! -.

Analuisa no olvidó nunca esa visita.

- ¿A qué atribuye la desaparición de la Asociación Cultural Femenina? -le pregunto.
- A la circunstancia de que cuando los partidos políticos se consolidaron, cada cual echó mano de sus cuadros femeninos para poner a andar sus secretarías: organización, cultura, juvenil, femenina, etc... Y entonces, ya la Asociación no pudo seguir siendo corno era una conciencia política unitaria. 

Cada cual pretendió halar la brasa para su sardina, como se dice. Y se consumió. Mucho tiempo después, otras estupendas mujeres, de grandes iniciativas, pretendieron resucitarla. Yo le dije a algunas que conversaron conmigo: 

- “Eso no puede repetirse. Entiendan que hay cosas que tienen su momento. ¡Y ya! Eso pasó con la Asociación Cultural Femenina, en donde Carmen Clemente Travieso, fue un bastión. Debo señalarte que ella fue precursora en muchas cosas. En trabajar como lo hizo por la reivindicación de la mujer venezolana. En hacer reporterismo. En convocar, en reunir a muchas personas para buscar soluciones. Yo la quise mucho. Y también reñimos, porque élla se quedó con todas las páginas que la “Asociación Cultural Femenina” publicó en el diario Ahora. Y Pepita Bello y yo fuimos a pedírselas para que Virginia Betancourt las guardase en la Biblioteca Nacional y, de primer momento, nos hizo entrega de los dos libros que había formado. Posteriormente se angustió tanto porque no se los devolvíamos, que tuvimos que salir corriendo a pedírselos nuevamente a Virginia, pues pensábamos que se iba a volver loca. Ella era así, de absorbente y apasionada. Pero igual era generosa y leal.

Además de luchadora social como pocas y abnegada madre de familia, Ana Senior fue una notable trabajadora bancaria y una insigne jugadora de dominó.

- ¿Usted sabe jugar dominó? 
- Bueno, a mí me gustaba ese juego y me divertía.

Pero nunca llegué a imaginar que lo hiciera muy bien. Lo que pasó fue que cierta tarde un obrero del establecimiento en el que yo trabajaba se me acercó y me pidió si podía hacer pareja con él en un campeonato que estaba por comenzar y en el que participarían obreros y empleados. Me gustó la idea, reñida siempre como estuve con esa discriminación de obreros y empleados y prometí acompañarle. Cuando dí la noticia en casa Igor y Franzel que ya estaban crecidos, pusieron el grito en el cielo. 

- ¡Mamá, cómo se te ocurre! 

Pero a mí se me ocurrió. Los juegos se realizaban semanalmente, siempre en la sede de un banco distinto. Pasado un tiempo les informé: “Mañana sabré si quedo sub-campeona o campeona del torneo”.

- ¡Mamá, tienes que ser Campeona! 
- Ah, entonces sí…
- ¿Y cómo quedó? 
- Quede campeona. Y en el banco donde trabajaba me hicieron objeto de muchos reconocimientos. 

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