El nombre del general José Rafael Gabaldón está vinculado al desarrollo democrático venezolano desde 1929. Entonces, tras un largo retiro político que inició en 1916 después de tres agitados años de persecuciones, intrigas, entrevistas con el tirano Juan Vicente Gómez en Maracay, a quien sirvió en el primer trienio de su gobierno, insurge contra el déspota al frente de un grupo de hombres del campo y de las ciudades, ya no con el sentido caudillesco propio de la época, sino con la orientación de dar forma y nacimiento a un régimen democrático, representativo, que resolviera los seculares problemas del campo venezolano y que diera vigencia a las ideas preconizadas por los estudiantes del año 28, con ese impulso y esa vehemencia propia de los jóvenes por cambiar el Estado feudal, anacrónico, vicioso que había venido imperando, por un Estado que diera respuesta a las inquietudes sociales actuales, que resolviera los graves problemas de los contingentes ciudadanos ayunos de conocimientos y de asistencia.
En plena madurez, a conciencia, hizo contacto con militares de las guarniciones de Caracas que debían secundarlo cuando él se declarara en rebeldía e iniciara sus actividades en la provincia. Quedó solo. Su gesto, considerado por muchos como romántico, contribuyó a despertar la conciencia nacional que afloraría definitivamente a la muerte del tirano, seis años mas tarde. En su campaña relámpago tomó tres ciudades y una veintena de pueblos y con escasísimos elementos de guerra mantuvo en jaque durante un mes a 15 generales de la dictadura que al frente de un ejército de más de tres mil hombres desesperaban por aplastarlo.
Para la historia contemporánea, el alzamiento de Gabaldón quedará registrado como la acción del último caudillo venezolano. Su gesto le valió cinco años de prisión en el Castillo de Puerto Cabello, de donde salió lleno de merecimientos y de la admiración de los venezolanos a incorporarse a la función pública. Hoy, a los 80 años, vigoroso, vigente, preocupado, se cartea con las más diversas personalidades nacionales e internacionales, desde Madama Roosevelt, como gusta llamarla, hasta el Primer Ministro soviético Nikita Khrushchev; lo apasiona el momento político que vive el país y le satisface la actuación de sus hijos -le dio diez a la patria- entre ellos, Natty, Joaquín Gabaldón Márquez, escritor y ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia; Alirio Ugarte Pelayo, dirigente político; Edgard Gabaldón Márquez, periodista y escritor y Argimiro, político a la manera de su padre.
Rio de buena gana el general José Rafael Gabaldón cuando al filo del mediodía, tras una grata conversación de varias horas, el sábado pasado, quise saber si el año 29, cuando él se alzo contra Gómez, abrigaba algún propósito de transformación radical, similar al fenómeno cubano.
- Yo también, hijo - me confesó en tono cordial - estuve imbuido en el maldito caudillismo. Entonces, la preocupación inmediata que teníamos era la de salir de Gómez para encausar un movimiento democrático que nos sanara de las profundas heridas que nos había causado la tiranía.
- ¡Pero ni aun ahora estamos maduros para una revolución de esa naturaleza! Necesitamos un largo período de democracia efectiva.
Cuando lo llamé por teléfono para concertar la entrevista, me dijo: “Estoy en pie desde las 5 de la mañana. Desde esa hora puede usted escoger”.
- Digamos a las 9, mi general - le propuse - El fotógrafo Jorge Cárdenas, mi amigo y compañero .de muchos años en trajines periodísticos, y yo, nos presentamos 20 minutos después de la hora convenida.
- No es raro - comentó - nosotros en América Latina siempre estamos atrasados. ¡Es un hábito! ... y brillaron vivaces sus ojos detrás de los enormes anteojos que le alargaban el rostro cubierto por una barba blanca, pequeña y reluciente.
No nos resultó difícil ubicar su casa, en la urbanización El Paraíso, arbolada y fresca, de espaciosos jardines y un amplio corredor donde nos ubicamos. La llamó Santo Cristo como la hacienda donde inició su aventura de rebeldía.
- ¿Usted es de Boconó, verdad? - le pregunté para ubicar sus ancestros andinos.
- Soy oriundo de Betijoque. Me crié en Trujillo y luego me hice boconés, porque allí nacieron todos mis hijos - me respondió - y evoca con emoción el bello pueblo que Bolívar bautizara “Jardín de Venezuela”.
- Aquella ciudad y sus campos fueron un solo manto para cobijarme durante la persecución a que me sometió Gómez en los años 13, 14 y 15 - recuerda agradecido…
Pese a haber sido su prisionero durante 5 años y estado a un paso de ser fusilado por las huestes que lo hicieron prisionero, no recuerda a Gómez con rencor.
- Fuimos muy amigos - dice, orillando el recuerdo - y en 1905 trabajaba con él y con Leopoldo Baptista en un negocio de ganado en los Estados Zamora y Apure.
Trascendía el afecto que el anciano militar tuvo por Baptista. Rompió con Gómez cuando aquel cayó en desgracia con él.
- Por eso le digo - repite, moviendo vigorosamente la diestra y apuntando con el índice - que yo también estuve imbuido, como hombre de mi época, en el caudillismo. Para mí, Baptista tenía fama de caudillo.
- ¿Y Gómez?
- Indiscutiblemente que lo era y en tal manera, que a casi tres décadas de su desaparición física, existen seguidores suyos. Pero en la actualidad, en la era del líder, la etapa del hombre que convence por la palabra y por la palabra mueve a las masas, no creo que Gómez hubiese tenido éxito. Era astuto y hábil, sabía mandar. Tuvo una memoria prodigiosa y una agudeza singular, así como un raro don para maniobrar, para desenvolverse en la intriga política pese a su incultura, un alto en la conversación y nuevamente al hilo de la historia para contar cómo conoció a Juan Vicente Gómez.
- Fue en Cumaná. Había ido allá con el ejército que comandaba el general Pedro Araujo como ayudante suyo y allá estaba Gómez convaleciendo de heridas que había sufrido en Carúpano. El jefe del Batallón Sucre, un merideño a quien apodaban “Ventarrón”, enfermó y el general Felipe González fue ascendido a la categoría de Primer Jefe, siendo nombrado yo como su segundo. Jamás había comandado tropas y la circunstancia fue doblemente feliz para mí por este motivo y por haber sido hecho comandante de un escuadrón como el Sucre en la tierra del Gran Mariscal.
Pues bien, volviendo al cuento, el general Araujo me presentó a Gómez, no lo volví a ver sino en la víspera de la batalla de La Victoria, en el andén del ferrocarril de Tejerías. Vestido de amarillo. Se me acercó y me saludó por mi nombre. Le presenté entonces a un joven oficial, Abdón Cárdenas, que tenía los ojos conjugados. Gómez, que había tenido noticias suyas, se le quedó mirando y le preguntó:
- ¿Tú eres el “tuerto” Abdón?
Pero Gabaldón, antes de este encuentro en Tejerías, había sido enviado por Castro en “comisión” a Trujillo para que le llevase un parque ---el gran parque del Ejército de Occidente---al general González Pacheco. Ya para entonces el joven Gabaldón profesaba gran admiración al Doctor y General Leopoldo Baptista.
- ¡Un gran jefe! En La Victoria, tras quince días de indecisión, cierta mañana Baptista se refugió en mi rancho, en el cerro Los Araguatos y me dijo, con aire de gran preocupación: “Esto no tiene solución; pero si se da el plan que tengo para asaltar el cerro El Copey (ubicado al norte de San Mateo) lo cual consultaré hoy con Castro, se decidirá la batalla”. Y seguidamente me lo expuso para que comenzara a desarrollarlo.
El mismo día, según narra el general Gabaldón, el general Baptista regresó de Caracas acompañado por el doctor Segundo Ruperto García González, auditor de su ejército, ambos muy contentos. Castro había aprobado el plan.
- Desde ese mismo momento inicié los movimientos previstos y al quinto día el célebre asalto al Copey, justo a las 2 de la mañana del día 2 de noviembre.
Entrecierra los ojos el viejo guerrero y añade:
- Posteriormente, acampando en Caguas, Baptista me mandó a llamar. Estaba extenuado por la larga caminata. Me dijo: “Le tengo una gran noticia: un caballo. Porque usted hace 48 horas que anda a pie y - lo que me asombró - lo he propuesto al general Castro para un ascenso a General de Brigada.
- ¡Magníficos regalos! - y le brillan los ojos al recordarlo - Aquel día de noviembre cumplía yo, justamente, 20 años de edad.
DESACOMODO
A la caída de Castro, Gabaldón era gobernador de Puerto Cabello. Antes había estado en Trujillo bajo las órdenes del general Pedro Araujo.
- Por cierto - hace memoria - que regresaba yo de uno de los viajes a que me obligaba el negocio del ganado que teníamos en sociedad, cuando Gómez me mandó a llamar desde la gallera y me mostró el telegrama de Araujo en el que le proponía me mantuviese a su lado, pues me necesitaba para que ocupase la gobernación de Boconó, donde Montilla tenía una actitud sospechosa. Entre el bullicio de los galleros, emocionados por la pelea de dos de estos famosos animales, Gómez alzó la voz para decirme que, como pensaba había ganado poco en el negocio del ganado le dijera si necesitaba dinero para regresar. Le dije que no. Y como quiera que el general Ignacio Pedraza alcanzó a oír la conversación, me cerró el paso.
- Eres pistola de verdad. Yo vine a buscar unos reales y el compadre no me los quiso prestar y resulta que a ti te los ofrece y te niegas a recibirlos.
Y tras la anécdota, vuelve al hilo de la narración:
- Gómez me nombró Gobernador de Portuguesa por insinuación de Baptista; pero donde él quería ubicarme era en Yaracuy. Mi desacuerdo con él surgió a raíz de una comunicación que me dirigiera Antonio Pimentel, ministro de Hacienda, en la que me decía que el general Gómez necesitaba para ayudar a unos amigos algo así como cinco mil bolívares mensuales del exiguo Situado que le correspondía al Estado. Me sugería que enviase los documentos como si hubiese recibido íntegramente lo asignado al Estado. Me negué y di cuenta a la Legislatura de Guanare sobre la irregularidad y seguí disponiendo del mínimo Presupuesto haciendo caso omiso a la presión de Pimentel. En esas circunstancias se presentó el rompimiento del régimen con Baptista y fui llamado a Caracas. Me propusieron firmase una “carta” como la que había escrito el general Manuel Salvador Araujo protestando contra Baptista, a lo cual respondí:
- El general Gómez sabe que Leopoldo Baptista ha dicho que yo soy su hermano menor o su hijo mayor y por lo tanto no puedo firmar ese documento. En ningún caso le seré desleal. La respuesta dio como resultado que Gómez dispusiera mi traslado a Boconó, al lado de mi familia. Un año más tarde ordenaron mi prisión, sin que estuviese mezclado en ninguno de los movimientos que entonces se decía había contra el régimen.
- Felizmente- y vuelve la sonrisa al rostro alargado y canoso del viejo militar- no me deje apresar. Pude burlar la autoridad protegido durante dos años por la noble gente boconesa. Entonces Vicencio Pérez Soto simuló un alzamiento que me atribuyó, para destruirme el hato Suruguapo. Yo seguía oculto en Boconó.
LA PRIMERA PAZ
Después de estos sucesos llegó a los páramos de Niquitao el general Mazini, perseguido en Mérida, quien le propuso al general Federico Araujo un alzamiento. Cuando fui consultado, lo juzgué un perfecto disparate, pues carecíamos en absoluto de elementos de guerra. Sugerí, en cambio la conveniencia de una transacción política con Gómez para sacar a los Estados Mérida y Trujillo de la situación de suspensión de garantías en la que se encontraban desde hacía dos años, devolviéndonos los numerosos presos que estaban en castillos y cárceles a cambio de los fusiles viejos que pudiéramos recolectar para entregárselos. La propuesta fue aceptada y me dio lugar para alcanzar con Gómez la transacción que, concretada, permitió, a más de la devolución de garantías a los referidos Estados, la libertad de unos seiscientos prisioneros, entre éllos, muchos de los Estados Lara, Yaracuy y Portuguesa.
- Con ocasión de estos hechos, Gómez nos hizo venir a Maracay.a Federico Araujo y a mí. Y él, que no gustaba exhibirse en público, se sentó con nosotros en la retreta, para asombro del doctor Victorino Márquez Bustillo, Encargado de la Presidencia de la República y hermano de mi suegro, quien no había alentado ninguna posibilidad de negociación, ni soñado remotamente con esta circunstancia.
- Gómez - prosiguió el general Gabaldón - me pidió que me quedase con él en Maracay. Eludí el compromiso manifestándole que quería ser el primer productor cafetalero de los Estados Trujillo, Lara y Portuguesa y que por esa razón, deseaba vivamente regresar a Santo Cristo. Era su lado flaco. No insistió.
CUANDO LA MUERTE ESTUVO CERCA
- ¿Cómo fue lo del fusilamiento frustrado, general?- le pregunto - El viejo guerrero guarda silencio unos instantes. Va atando cabos mentalmente. Luego echa a correr el relato.
- Como le dije, fui tratado muy bien el día de mi captura. Los generales Juan Femández y Crespo me trasladaron a la mejor casa del pueblo, en uno de cuyos corredores colgué un chinchorro, regalo del propio Fernández. Recuerdo que me lo envió con el doctor Juan de Dios Troconiz, amigo común. Y hablábamos cordialmente - Juan Fernández meciéndose en el chinchorro que yo le cedí - cuando se acercó un repartidor del telégrafo con un mensaje.
- Lo leyó, se lo guardó en uno de sus bolsillos y sin pronunciar palabra abandonó la casa.
- ¿No vió cómo puso cara de gallina el general Fernández? - me dijo Don Jesús María Suárez, uno de quienes había caído preso conmigo - ¡Algo muy grave debe estar sucediendo en Miraflores!
Le quité la idea a Suárez diciéndole que Femández tenía siempre esa palidez; pero en el fondo abrigaba sus mismas sospechas. Minutos después irrumpieron en la casa varios oficiales que procedieron a amarrarme y a encerrarme en una de las habitaciones del inmueble.
- Me recibieron como un caballero y ahora me tratan como a un asesino. - protesté, procurando alguna confidencia, a manera de excusa; pero nada me dijeron - Procuré, con idéntico resultado, obtener alguna información al día siguiente. Apenas advertí los rostros turbados de Femández y de Crespo a las puertas de la casa, cuando al mando de un batallón fui puesto a las órdenes de un célebre coronel Blanco, quien tenía el encargo de trasladarme a Barquisimeto. Con un mecate alrededor del cuello y los brazos atados, fui montado en una mula. A mi lado, taciturno, silencioso, marchaba el coronel Blanco. A la media noche llegaron nuevas tropas y el jefe del batallón ordenó remontar guardia a las órdenes del capitán Salvador Polo, quien al amanecer se acercó y me preguntó, cordialmente, si quería café. Me desató y cambió unas palabras conmigo. Al reanudar la marcha, el coronel Blanco, totalmente transformado, siguió a mi lado, locuaz, ausente la preocupación y su mutismo de la jornada anterior. ¿Qué habría pasado?
- Meses después, ya en el castillo de Puerto Cabello, cierta noche comenté el episodio con mis compañeros de cautiverio y uno de ellos, de nombre Félix Escalona, exclamó:
- ¡Compadre, esa noche lo iban a fusilar! Porque el coronel Blanco, al regresar de Barquisimeto, posó en mi casa, que fue la misma donde lo tuvieron a Ud. atado a un botalón y le oí comentar que Ud. debía tener un angelito en el cielo o una persona muy importante en Maracay que lo salvó. Dijo que las órdenes que tenía era.la de simular que había sido asaltado en el trayecto y pasarlo por las armas: pero cuando estaba a punto de ejecutarlo, llegó una contra-orden.
- Años más tarde - concluyó Gabaldón - en conversación con un alto oficial, activo en este momento, corroboré la versión. Narré el episodio y la referencia de Escalona y me confió:
- Soy amigo íntimo de Salvador Polo, averiguaré con él. Cuatro días después me llamó para decirme que había sido rigurosamente cierto cuanto oyó decir Escalona al coronel Blanco.
UNA ACUSACIÓN
Una pequeña digresión en el relato:
- Acaso la gran indignación de Gómez contra mí fue “la pela” que le di al batallón que llevaba su nombre: Batallón Gómez, en Guanare, cuando mi alzamiento. No disponía de mayores armamentos; pero concebí un plan de asalto al machete y los derroté. Eran quinientos hombres aguerridos y bien provistos. Gómez, en conocimiento de todo cuanto habíamos tramado, y, sabedor además, que no disponía de parque, pensó que quinientos hombres eran suficientes para dar al traste con el movimiento revolucionario, debelado desde mucho antes por intrigas del General Eleazar López Contreras.
- ¡Pero indudablemente sentía una gran simpatía por mí! Y que yo, para qué negarlo, le correspondía.
- Fue a partir del año 28, con el florecimiento de esa generación civilista, dinámica, iluminada de los mejores deseos para las grandes masas campesinas, cuando resolví ponerme al servicio de esa causa y dedicarme a ella con la convicción y la fe, con la escasa capacidad de que el Creador me dotó…
- ¿Entonces a Ud. lo sacrificaron general?- lo interrumpí.
- ¿Cuándo me alcé, en 129? - preguntó él, a su vez.
- SÍ, sí, cuando eso - dije yo.
- Por supuesto. Y se ha dicho y debatido mucho. De allí mi inconformidad con el General Eleazar López Contreras, pues él sabía de las actividades del doctor Febres Cordero, para entonces jefe de la oficina de correos y de las de Enrique González Gorrondona. Todas las cartas, los planes, los proyectos, cayeron en manos de López y ya en conocimiento de ello, le resultó fácil al gobierno controlar absolutamente las actividades en las guarniciones, desplazando a los comprometidos y dejando abierta la perspectiva de que yo iniciara los movimientos a que me había comprometido para aniquilarme.
- ¡Pero les di qué hacer! - se ufanó - Aquel minúsculo brote que pensaron aplastar con quinientos fusileros del Batallón Gómez, los obligó a movilizar más de tres mil hombres durante un mes y a quince generales. Hace algún tiempo polemicé al respecto con López ¡Y, fíjese si no! ... Yo firmaba con mi nombre: José Rafael Gabaldón y él con un pseudónimo... Dijo entonces que lo habían implicado...
El guerrero y rebelde que fue Gabaldón hablaba con desbordada pasión. Con una fuerza interior, con un impulso y energía admirables. A su misma edad, el General López Contreras, ex Presidente y Senador vitalicio de la república, buscaba entonces la tranquilidad de las playas, la serenidad del sol y la brisa marina. Por su lado, este betijoqueño, entero, fuerte, luchador, coronando su octogésimo aniversario procuraba afanoso renovar la discusión, seguir en la primera línea de la opinión pública.
CUBA
- ¿Ha visitado Cuba?
- No. - me responde - Pero mi opinión sobre la revolución cubana es lisa y llanamente la siguiente: “Es una posición que se intenta en América, pretendiendo defender sus intereses soberanos”.
Una pausa para continuar:
- Nuestro gran guía, el Libertador, desde Jamaica hasta San Pedro Alejandrino, no cesó de repetir que nuestros intereses eran muy complicados y que por consiguiente el pensamiento venezolano debía estar orientado hacia América Latina.
- ¿Y qué piensa de Fidel? - le disparo, sin darle tiempo a variar la conversación.
- Fidel es, indiscutiblemente, un hombre especial. - me respondió - Tanto, que el mundo entero lo tiene hoy entre las principales figuras de la actualidad.
- ¿Y del paredón?
- El paredón, para mí, es un accidente bastante doloroso, como lo fue la Guerra a Muerte decretada por Simón Bolívar; pero que no alcanza a deslustrar la personalidad de Fidel Castro.
EL AÑO 28
Volvemos al punto de partida: El año de su alzamiento contra Gómez; pero él retrocede aún más.
- La generación del 28 - me dice - tiene en su haber algo extraordinario y definitivo: Despertar en Venezuela la conciencia del anti-caciquismo, que fue la gran lápida que estuvo pesando sobre nosotros, sobre el pueblo, durante decenios.
- Pero hay quienes la consideran negativa, a juzgar por la acción de algunos de sus representantes - le comentamos, buscándole la lengua.
El general se recuesta del sofá en una de cuyas esquinas ha estado sentado toda la mañana, erecto el cuerpo, esbelto, pese a los años, cruza las manos sobre las piernas, se ajusta los lentes, detrás de los cuales observo una mirada clara y limpia y expresa:
- No podrán cobrársele a sus jóvenes años, los errores de la política, que no solo es la ciencia de gobernar los pueblos sino la de enseñar a los pueblos a hacer bien las cosas.
Y sin dar tiempo a nuevas interrupciones, añade:
- De mi admiración a la generación del 28 debo agregar que de ahí dimana mi gran fe en la juventud venezolana, la cual empezó con mi amistad muy íntima y cordial con Jóvito Villalba a quien siempre he considerado una promesa de bienes para el país y con Rómulo Betancourt a quien juzgué capaz de altas actuaciones y le di franca amistad durante muchos años.
- Habla Ud. Como si ya no fuera ese amigo y admirador de Betancourt - le observé.
El viejo guerrero apela a un circunloquio:
- La situación actual de Venezuela es la consecuencia lógica del golpe cívico militar del 18 de octubre de 1945, que derrocó al gobierno del general Isaías Medina Angarita. Recordó entonces que era Presidente del Estado Lara para la época y que en aquella ocasión fue herido de un tiro en una pierna y escapó de la muerte por casualidad.
- Tres balas atravesaron mi sombrero y otras dos mi paltó.
- ¿Por eso, general? - sigo yo sobre su rompimiento con Betancourt, apenas esbozado.
Enseria el rostro antes de expresar su juicio:
- Las cosas han empeorado por el decidido partidarismo de Rómulo que no satisface a la gran masa venezolana. De allí que realice una labor poco conciliadora y sí de fuerte agresividad, lo cual ha sido una de las causas de la situación económica por la cual atraviesa el país y la intranquilidad política.
Después añade:
- La única mejoría que veo y deseo es la de que lleguemos a unas elecciones honestas y libres que puedan llevar al poder a un hombre conciliador que satisfaga las aspiraciones nacionales.
- ¿Y cuál sería su candidato? - quiero saber, sin ánimo de molestarlo sino para ubicar su posición.
- He venido predicando - me dice - la necesidad de un frente democrático popular para seleccionar a un hombre capaz de la tarea de concordia que tanto necesita Venezuela.
- La unificación de todos los sectores de izquierda en tomo a un hombre, ¿no es así? ¿Cree Ud. que existe ese individuo capaz de aglutinar los intereses y aspiraciones de todos los partidos de oposición?
- Exactamente. Hombres jóvenes tenemos. De no ser así y no estar convencido de ello, más vale que nos enterremos vivos todos.
Calla un momento. Se acaricia la barba. Ha hablado de una manera directa.
Confiesa que ha sido así siempre: franco, escueto.
- Jóvito Villalba - dice al cabo - tiene mucho derecho y muchos haberes.
Y nuevamente, firme la voz y el ánimo resuelto, declara:
- Estoy convencido de que corresponde a la juventud el enderezamiento de Venezuela... Por eso tuve esperanzas en Rómulo... Y deja la frase en suspenso.
- Pero hace poco hablábamos de los errores de la juventud y...
El general no me dejó concluir:
- No condeno a la juventud que se precipita, porque eso es natural en los movimientos políticos. No están reñidos los hombres jóvenes con ideas socialistas de un mundo más justo con nosotros los viejos, que podemos meditar con ellos en la oportunidad en que tengan cabida sus ideas. Lo contrario es marchar contra la historia. ¿Y por qué nos vamos a atravesar nosotros?
Imbuído en esta materia, me informa que le acaba de escribir a “madama” Roosevelt, como la llama, planteándole que en las distintas etapas de la humanidad -salvajes, bárbaros, feudales, capitalistas, hasta el imperialismo-, la sociedad ha ido mejorando. y aunque este momento es muy grave, creo que marchamos hacia la paz. ¡Tenemos que llegar a la coexistencia! Es un fenómeno natural. Lenin, en sus prédicas, mucho antes de que triunfara su revolución, lo había previsto. Tengo gran fe en la paz porque es una necesidad de la humanidad. Es una convicción profunda lo que me ha llevado a considerar que el peor de los caminos que puede haber elegido la sociedad humana es el de la guerra.
- Curioso – comento - que sea Ud., formado entre hombres que se prepararon para hacer la guerra y acaso el último guerrillero de que hablará nuestra historia, quien sostenga ese punto de vista...
Realmente tuve ribetes de caudillo. Pero renuncié voluntariamente, conscientemente, para darle otro sentido a mi vida... Y a estas alturas ya ni siquiera me extraña aunque no deja de sorprenderme, el conocimiento que tuve de la carta que un médico que se decía amigo mío dirigiera a Gómez en Miraflores, cierta vez que visité El Tocuyo. Llevaba entre el equipaje un libro de Martí, para Roberto Montesinos, el notable poeta y educador larense o para Alcides Lozada. Y este médico amigo se empeñó en leer el libro. Treinta años después el Archivo de Miraflores hace pública la carta en la que mi fementido amigo informa a Gómez sobre el libro “comunista” de Martí, transcribiéndole los numerosos párrafos que yo había subrayado.
UN DIARIO
Desde hace 32 años el General José Rafael Gabaldón lleva un diario, que, en oportunidades, ha relegado. Allí, con alguna que otra omisión, una que otra pequeña laguna, ha ido recogiendo las cuestiones más interesantes de su extraordinario y largo tránsito vital.
- Puedo estar equivocado en algunos conceptos---expresa---pero en ningún momento altero la verdad. Ha sido norma de mi vida no mentir.
La familia había preparado el almuerzo y puesto la mesa, discretamente. Todo estaba listo, pendiente de cuando lo dispusiera el general. Llevábamos más de tres horas conversando.
- No se preocupen - nos tranquilizó - cuando Cárdenas y yo dimos muestras de inquietud por retardar su horario normal de comida-
A raíz de mi última enfermedad, una hemorragia estomacal, estoy a dieta. Como en mi cuarto para no caer en tentaciones gastronómicas, y hace una breve digresión para contar que su médico, el Dr. Elías Rodríguez Azpúrua, en la oportunidad de examinarlo, le preguntó:
- ¿Cuántos años tiene Ud. General?
- Le respondí que ochenta. Los cumplo ahora, en noviembre.
Pero él se volteó muy serio y me dijo: - ¡tiene 45 general!
Y por supuesto, me siento de 45. Capaz de darle un cabezazo a cualquiera.
Aprovecho el paréntesis o la extensión del diálogo que generosamente me ha dado para pedirle me diera su opinión sobre el presidente Kennedy.
- Es un gran capitalista que trata de salvar a los de su origen. Pero no podrá hacer mayor cosa. La Alianza para el Progreso - declara categórico - es sencillamente un recurso; pero nuestras necesidades son grandes y no se curan con cataplasmas de dólares sino con actuaciones como las que intentó el inmortal Roosevelt.
- ¿Y de Krhushchev?
- Me dispensó el honor - sin solicitarlo - de una larga audiencia en 1960. Me deslumbró. Empezó la entrevista con una serie de confidencias respecto a una reciente conferencia que había tenido con Mao Tse- Tung, como si yo fuera un viejo ruso comunista. Y más luego, a darme detallada cuenta de la entrevista que había sostenido el día anterior con Stevenson, a quien dijo una serie de cosas para que repitiera al gobierno norteamericano.
- ¡Me pareció un grande hombre!.. Mi entrevista con él duró setenta minutos, durante los cuales yo traté de demostrarle que era imposible evitar la guerra. El, por su parte, me aseguró que no la habría. Porque el pueblo ruso no la quería y porque él estaba resuelto a defender a costa de lo que hubiera lugar, ese sentimiento de su pueblo.
La conversación con el General José Rafael Gabaldón tocaba a su fin. El último guerrillero, pantalón gris, camisa oscura, deportiva, que a las 8 de la mañana tiene leídos todos los periódicos, que cree en su pueblo y que aspira a una transición democrática del poder, que alienta la perspectiva de un frente único de las fuerzas de izquierda no quiere despedirse sin antes dejarle un mensaje a la juventud:
- Que piense siempre en las doctrinas bolivarianas, que cada día cobran mayor vigencia.
Y fue todo cuanto dijo quien como él, cuando joven, se asomó a la violencia como fórmula para abrir camino y que ahora, en pos del siglo de vida abriga la íntima convicción de que la guerra es el peor de los senderos que ha venido transitando la humanidad en su afán de realizarse en la historia.
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