viernes, 10 de enero de 2020

El capitán de la esperanza


"Era un imán que atraía a la gente. Siempre
el mejor en sus clases. Él venía de Rubio,
que es un pueblo liberal, en donde la influencia
del país colombiano ha tenido mucha trascendencia,
porque allí llegaban, en su mayor parte, los exiliados
de las revoluciones liberales que siempre fueron
derrotadas en el siglo XIX".



Discurso de Ramón J. Velásquez en el cincuentenario de la muerte de Leonardo Ruíz Pineda


“A Aura Elena, Magda, Natacha, Alexandra (Viuda, hijas y nieta). 

Doctor Octavio Lepage, que fue el primer secretario general de Acción Democrática en la clandestinidad y cuyo comportamiento le permite estar aquí al lado de Carlos Canache Mata. 
Quiero saludar también a un sobreviviente de nuestro tiempo de bachillerato y de universidad, uno de los más leales amigos de Ruíz Pineda y de la causa democrática: Carlos León Mendoza, quien está aquí con su esposa; a Oscar Angulo Mata, también aquí presente”…

Accióndemocratistas, venezolanos todos: 

“Este no es un acto fúnebre. Es un diálogo. Y por mi parte, para quienes nacieron después de 1958 y aquellos que tenían diez años cuando fue asesinado Leonardo, es un breve recuerdo histórico. Una historia de lucha por la democracia que tiene un mandato presente. Yo dije, en su hora, que era un absurdo de la dictadura pensar que asesinando a Leonardo liquidaban su mandato. Una de las grandes fotografías del siglo XX la publicó un periódico de Caracas: Leonardo Ruíz Pineda tirado en la calle, asesinado, en medio del gran silencio de aquella dictadura. Ese hombre inerme, ese líder pensador y poeta, representaba la otra Venezuela, que había caído en una noche de asalto, en una turbia noche venezolana.

Pero, ¿Quién fue Ruíz Pineda? Lo conocí en el Liceo Simón Bolívar de San Cristóbal, porque su padre, Don Víctor Ruíz, excelente ciudadano, gran trabajador, no quería que Leonardo continuara en un colegio regido por sacerdotes que había en Rubio y lo trajo a San Cristóbal, en donde era famoso el pensamiento de Carlos Rangel, a quien presumían socialista y ateo, mezclando las dos cosas. Ruíz Pineda desde el primer momento destacó por un sentido de la cordialidad, de la ayuda a numerosos condiscípulos que llegaban desde pueblos cercanos llenos de timidez. De pronto, y sin quererlo, se convirtió en consejero de muchos. Lo buscaban para contarle sus penas, sus angustias de estudio o de amor y fue creando a su alrededor un ambiente.

Era un imán que atraía a la gente. Siempre el mejor en sus clases; pero aliado de los libros de texto, miraba uno al poeta Juan Ramón Jiménez; al novelista y panfletario Rufino Blanco Fombona o a Pocaterra que leíamos en los grandes jardines del Liceo. El venía de Rubio, que es un pueblo liberal, en donde la influencia del país colombiano ha tenido mucha trascendencia, porque allí llegaban, en su mayor parte, los exiliados de las revoluciones liberales que siempre fueron derrotadas en el siglo XIX en Colombia. Ruíz Pineda tenía un extraordinario interés por los oradores colombianos cuyas exposiciones transmitían todas las tardes las radios de Bogotá y que eran la única forma de contacto con el mundo que teníamos entonces en el Táchira, porque las radiodifusoras venezolanas -no llegaban-.

Un día tuvimos un conflicto con el Director y varios salimos del Liceo. Ruíz Pineda llegó a Caracas. Poco tiempo después llegué yo. Y fue en el Liceo Andrés Bello, en donde ví que continuaba el mismo prestigio personal de Leonardo con gentes que llegaban de Oriente, de Guayana, de Apure, porque aquella Venezuela de escasos caminos, de regiones muy distantes, el decir andino, el decir coriano, oriental, guayanés, significaba algo más que una región: una manera de ser venezolana. Y allí nos encontramos con gente que después ocupó altísimas posiciones y que representaban la región de Anzoátegui, la región de Bolívar, la región del Guárico.

Antes de venirnos a Caracas presenciamos Ruíz Pineda y yo un acto político en aquel país de las postrimerías de Gómez: Un octogenario, Juan Pablo Peñaloza, se había levantado con la guerrilla liberal amarilla y después de varios combates fue hecho preso y traído a San Cristóbal. La multitud se agolpó. Vinimos un grupo de estudiantes del Liceo a ver entrar un caudillo a prisión. Era un acontecimiento. Tenía veinte años de destierro y ochenta años de edad. Era su cuarto intento guerrillero. Lo vimos enhiesto, desafiante, no obstante su edad y su prisión. Y en la madrugada lo vimos cuando lo llevaban hacia el castillo de Puerto Cabello.

En Caracas, un día, la gran noticia: Juan Vicente Gómez enfermo. Juan Vicente Gómez muere. Se desatan las multitudes en las calles saqueando a los gomecistas. Y hay una casa, de una gente que él conocía. El cabeza de hogar, jefe civil en un pueblo cercano, era odiado. El hombre se fuga y la multitud quiere saquear la casa, donde habían quedado una mujer y tres niñas. Ruíz Pineda---yo se lo dije siempre---realiza allí su primer acto de político, de orador. Convenció a aquella muchedumbre que debía respetar a la mujer y a las hijas. 

El prófugo, el que las había abandonado, estaba lejos. Leonardo logró convencer a la gente. Por los mismos días empieza en Venezuela esto que hoy reúne a los venezolanos, la vida democrática. Hay un nuevo Jefe de Estado, Eleazar López Contreras. Regresan de 20 años de destierro, los viejos caudillos; regresan del destierro de 1918 Gustavo Machado y Salvador de la Plaza; regresan del destierro de 1928, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva y empieza esta etapa única en la historia venezolana. 

Por primera vez, partidos ideológicos modernos; por primera vez, sindicatos de obreros; por primera vez, gremios profesionales; por primera vez, gremios empresariales; por primera vez, esos jóvenes líderes del 28 juntan las mujeres para que tomen parte en la lucha política venezolana; por primera vez, esos jóvenes políticos van a los campos a crear las primeras organizaciones campesinas. Es decir, la modificación del país. 

El año 36 significa el comienzo de la modificación, porque esos jóvenes que han estado en Colombia, en México y España y algunos en la Unión Soviética, traen el mensaje de la nueva organización política mundial. Y surgen entonces las tres corrientes que hasta 1999 dirigieron la democracia venezolana: la socialdemocracia, el socialismo marxista y el socialcristianismo. Los otros partidos que ha habido después son desmembramientos, divisiones de esos tres partidos. Esa es una fecha histórica en la vida venezolana. No del siglo XX sino de los dos siglos de vida de la política y la democracia venezolana.

Ruíz Pineda es uno de los primeros en estar presente en los grupos estudiantiles que se afilian a una organización que se llama ORVE y luego después del conflicto y el fracaso de la huelga de junio de 1936, se va a llamar PDN. Junto a él y otro compañero ya desaparecido, los otros dos de la región cercana, Alberto Carnevali, que estudiaba en Mérida y Luis Augusto Dubuc, que eran compañeros míos y de Carlos León Mendoza. Las dimensiones de Venezuela eran de una gran pobreza: grandes distancias, dificultades frente a la posición que había tomado el gobierno después del fracaso de la huelga de junio; pero esos jóvenes, al igual que un gran número de universitarios y obreros del oriente del país, de Anzoátegui, de Monagas, de Sucre, de Margarita, igual que la gente de Guayana y del Apure se empeñaron en echar las bases de la democracia venezolana. Eso no tenía antecedentes porque la historia de Venezuela desde 1830 hasta el año 58 del siglo pasado, fue de sucesivas autocracias militares y regionalistas. Comienza una lucha que se va a traducir en la organización de esos tres partidos y en la organización sindical, porque Rómulo Betancourt v Raúl .Leon! dicen que los partidos modernos populares, sin base sindical, no pueden existir.

Y entonces, al mismo tiempo, hay un grupo selecto, el más brillante de los intelectuales venezolanos, Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Ambrosio Oropeza, Juan Oropeza, Inocente Palacios, difunden, expresan, predican: la base del partido es el pueblo. Lo mismo en la capital que en Valencia y en el oriente del país, es un experimento que por primera vez se realiza. Allí está Ruíz Pineda en esa generación, que Luis Beltrán Prieto llamó la “generación carbón”, porque ninguno de éllos, de esa segunda generación, llegó al poder; pero crearon, en aquella etapa: 36 - 45 - 58 - la fuerza popular que determinó el rumbo venezolano durante medio siglo y que determina el rumbo político de este siglo. El país quería elecciones. Fue burlado en la reforma constitucional de 1944. Fue burlado ese empeño. Fue derrocado el gobierno y van a venir tres años en los cuales cada una de las medidas que se desarrollan significan un cambio en el proceso económico, social, político y cultural venezolano. Surge luego una grave situación. Se recibe la noticia de que en el Táchira hay gente que se resiste al cambio y que está dispuesta a crear una movilización. Y Leonardo Ruíz Pineda era el único de una generación que no pertenecía a la del 28 y aparecía en la Junta Revolucionaria de Gobierno como su secretario y va, por mandato de la Junta, a enfrentarse a esa situación en su tierra nativa.

La región del Táchira y la de Mérida, que manejó Alberto Carnevali con gran talento, eran las más difíciles de Venezuela en esos aspectos. Allí, pues, fue ese joven gobernador Ruíz Pineda con su mismo estilo tranquilo, sereno, cordial, con una sonrisa frente a las dificultades mayores, a hablar con quienes eran los enemigos, a tratar de convencer a quienes eran intransigentes, a buscar el contacto con todos los pueblos de la región. Una etapa en la cual la Iglesia estaba sublevada y en los pueblos como La Grita, Queniquea, Táriba, San Simón, el enfrentamiento terrible. Sin embargo mantuvo un equilibrio de gobierno, manteniendo los principios que debía cumplir y la región se sintió integrada al gobierno. Leonardo era, al mismo tiempo, profesor en el Liceo; escribía en el periódico que había fundado antes. De tal manera que no hubo sublevación en el Táchira. Se realizaron las elecciones tuvo tiempo para decirle su amor a Aura Elena, para casarse en el más bello de los matrimonios, rodeado del cariño del pueblo. Era un hombre intransigente en sus principios; pero capaz de convivir, de oír al enemigo, de buscar las razones intermedias de buscar fórmulas de gobierno permanente. Era, asimismo, enemigo a todo trance del chisme y de la intriga. Cuando fue elegido Gallegos Presidente, fue nombrado ministro de Comunicaciones. Lo citan al Congreso y se revela como uno de los grandes oradores parlamentarios de la época.

Cuando ocurre el golpe de Estado que encabezan el ministro de la Defensa y el Jefe del Estado Mayor, Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, todo el gabinete va a la cárcel, menos el ministro de Comunicaciones. Gallegos es expulsado del país y empieza una década en la cual la movilización de la conciencia democrática creció en medio de un rigor que resucitó los métodos de Juan Vicente Gómez. Ya no los grillos, ya no las bolas de hierro en los pies, ya no el peligro de cierta comida; pero miles de presos en las cárceles, en San Juan de los Morros, en la Cárcel Modelo, en Guasina y en las que fabricaron para presos políticos en Ciudad Bolívar. Y el silencio total en la prensa y en los otros medios de comunicación. A las 5 de la tarde de cada día los periódicos debían enviar su material a una junta de censura que devolvía sellado el material que consideraban publicable. Y miles de venezolanos en el exilio, distribuidos entre México, La Habana, Bolivia, Colombia, etc. Allí aparece esa lucha que comanda Ruiz Pineda. Hay que hacer honor a los grupos, que no se pueden nombrar por su nombre propio porque sería olvidar a muchos: de mujeres, de profesores, de maestros, de estudiantes, de obreros, de empleados públicos, de intelectuales que manejó Ruíz Pineda en aquella larga jornada. Empleó el mismo método; entregarle el tiempo completo a la lucha, lo que no quería decir que no leyera  libros de política, novelas, poesía y que no empezara a escribir su magnífico diario que luego publicamos; pero ese contacto con los diversos sectores nacionales estaba dando grandes resultados, porque muchos de los soldados y oficiales a quienes él habia conocldo en el interior iban y asistían a sus reuniones clandestinas, al igual que comerciantes, igual que gente que aparentemente era solidaria al gobierno. Quedaba entonces un camino: asesinarlo para evitar que avanzara en el propósito. Ese es Ruíz Pineda. Dejó un mensaje. 

¿Cuál? El del socialismo democrático. El de las tesis políticas, económicas, sociales, culturales que fueron bandera de la generación del 28 para fundar el partido que hoy se llama Acción Democrática. Mantuvo esa tesis. La defendió en su periódico Fronteras y cuando ya en los días de la clandestinidad José Agustín Catalá, Simón Alberto Consalvi, Héctor Hurtado Navarro y Juan Liscano publicamos el Libro Negro de la dictadura, él escribió el prólogo, que fue la última de sus aportaciones al ideario democrático venezolano. Yo dije al iniciar mis palabras, que era un diálogo, porque Ruíz Pineda es un héroe y los héroes no mueren, porque su mandato queda vigente. Qué pensaría o cómo actuaría Leonardo en este siglo XXI. No hay presos, no hay exiliados, no hay perseguidos; pero la realidad de los poderes está concretada en un solo hombre. Ese es un fracaso de la democracia. 

Mantuvimos durante 50 años un régimen durante el cual, el pueblo, representado en diversas organizaciones políticas tenía participación organizada. Había un parlamento, había un contralor, había un fiscal. No puede pensarse en una revolución de un signo absolutamente de comunismo real, que todos los poderes los concentra una sola persona. Porque, entonces qué importa que los medios de comunicación demanden, sin la eficacia de la división de los poderes y la eficacia que significa un poder legislativo autónomo con todas las expresiones de la pluralidad política, ni un Consejo Electoral, ni una Contraloría, una Fiscalía, no responden a la garantía del ejercicio de la democracia. Yo creo que el mandato de Leonardo es la lucha para retornar al ejercicio de la democracia, la lucha para la unidad nacional en esa empresa. Cuando yo fuí al Táchira quise hacer como un primer acto, un homenaje a Leonardo y escribí un discurso y quiero para terminar, leer las partes finales de ese discurso que pronuncié hace muchos años.

- “Con paciencia desesperante, sutilmente, Leonardo ha ido tejiendo una inmensa telaraña en la cual ha de caer la serpiente cobra de la tiranía y para detenerlo en su marcha inexorable, el despotismo no encontró arma distinta que tres balazos. Tres balazos disparados en medio del silencio de la noche, muy cerca del sitio en donde quince años atrás, siendo Leonardo apenas un adolescente, con su palabra, había salvado de las turbas furiosas a las abandonadas mujer e hijas de un prófugo gomecista. Su sangre derramada se desplegaba como una bandera. La bandera que tomaron en sus manos las multitudes de 1958. Su asesinato y su mandato se convierten en la acusación y el mandato de un pueblo. La tiranía estaba condenada.

Crimen tremendo y absurdo, por inútil. Matar a Leonardo era transformar su carne temporal en bronce eterno. Matar a Leonardo era tan absurdo y tan inútil, como asesinar la mañana o como disparar contra la luz del sol. Matar a Leonardo era tan necio como matar a un pueblo, porque Leonardo era el pueblo y el pueblo es eterno y avasallante. Leonardo asesinado era la bandera y el grito de victoria del ejército innumerable que en la noche turtbia de octubre, corno-en el rito supremo, de la más sangrienta religión, los oscuros asesinos lo entregaron a la patria transfigurado y definitivo, un héroe y un camino. Ese tiempo necesita un héroe y lo tuvo en Leonardo, poderoso en su debilidad de hombre inerme. 

Armado de su fe, conmovió oscuras y seculares potestades. 

Entendió a su tierra y amó a Venezuela con pasión de enamorado y con devoción de creyente. Dominó todos los secretos de la vida civil clandestina y predicó la necesidad de la disciplina y el estudio como instrumentos para dirigir al pueblo desde el poder. Practicó la convivencia y desechó la intriga y el chisme para buscar en causas trascendentales la explicación de nuestros males y la manera de remediarlos.

¿Cuál era su mandato? El que está contenido en las páginas que escribió al calor de la pelea. Sin treguas, sin adornos retóricos. Era el pensamiento socialdemócrata en el que siempre militó. De ellas, de esas tesis, surge un análisis sereno, profundo y certero de la vida venezolana. Acusa las causas de nuestros desastres institucionales, examina las razones de la escasa suerte de nuestras empresas democráticas, revisa los orígenes de nuestra debilidad económica y de nuestra dependencia semi colonial. Se detiene en el desajuste social del país y señala la necesidad de renovar las causas determinantes del drama social. 

Hace muchos años en el castillo de Puerto Cabello Juan Pablo Peñaloza, preso, destrozado por una hemiplegia, ulceroso, octogenario, doblegado por los grillos, mirando la lejana garita del castillo, le decía a otro preso que se llamaba Andrés Eloy Blanco: “si todos nos unimos llegaremos allá arriba” y el poderoso anciano inválido mostraba desde el foso la alta garita desde donde un soldado vigilaba a los presos, símbolo de cuanto secuestraba a Venezuela como dentro de una muralla china. Muchos años después, otro guerrillero de la libertad, capitán de la esperanza como aquél: Leonardo Ruíz Pineda, en trance de muerte nos dejó en su testamento el mismo consejo y el mismo mandato. En la noche tremenda de la recaída tiránica, abrió caminos y juntó voluntades para decirles, señalando no la garita del castillo, sino el lejano castillo de la libertad secuestrada, que si todos nos unimos “llegaremos allá arriba”.

(Este discurso lo pronunció el Dr. Ramón J. Velásquez ante la tumba que guarda los restos del gran político tachirense en el Cementerio General del Sur el 21 de octubre de 2007 en acto organizado por la dirigencia de Acción Democrática en conmemoración del cincuentenario de su trágica muerte. Yo era, por entonces, Secretario de Prensa del partido Acción Democrática y con anuencia del orador, lo grabé y ahora lo ofrezco, no solo ante el recuerdo del gran dirigente político que fue Leonardo Ruíz Pineda, sino en memoria del ex presidente Ramón J.Velásquez, ido de entre nosotros hace poco tiempo).

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