viernes, 10 de enero de 2020

El milagro


Palacio Episcopal de Caracas, plaza Bolívar.

Don Enrique Acosta Clauzel fue un venezolano ejemplar. Eterno jefe de prensa del Palacio Episcopal y, por supuesto, un respetable cristiano, ejerció el periodismo en una rama verdaderamente disputada y volátil: comentarista hípico; pero no un comentarista común y corriente, no lo piensen. Don Enrique dateaba a los miles de seguidores de sus charlas radiales en una forma poética. Le dedicaba frases magistrales a todos los animales participantes en cada competencia, sin dejar uno. Y lo hacía de manera formidable. Sus floridos detalles sobre estado físico del animal, tiempo que empleaba para cubrir la distancia, peso que llevaría en la prueba, en comparación con el que soportarían los rivales; las características del jinete: enérgico, hábil, audaz, etc., no escapaban a sus análisis. Finalmente, el juicio definitivo, que esperaban, embelesados sus oyentes: Por ejemplo: “Caribeño: espectacular origen. Fuerza corredora, ímpetu. Pero esta vez no alcanzará la gloria”. O este otro. “Narciso: “De espectacular figura como el Dios que se miraba en las aguas; pero Neptuno ha escogido a otro emblemático representante del colorido mundo coralino. Esta vez, Narciso continuará en la contemplación de los rayos que resplandecen en la tibia superficie de las aguas”… y así, hasta el infinito.

Pero Don Enrique tenía otra extraordinaria cualidad: el humor. Era de una gracia a flor de piel y sus chanzas y bromas a los amigos y relacionados fueron célebres, como célebres también, las maldades de que lo hicieron víctima colegas suyos como el Negro Juliac, un personaje de la política y el periodismo venezolano que desde hace años está esperando una biografía.

Acosta Clauzel era un notable contador público. Su honradez y capacidad lo distinguieron a tal punto, que la Directiva del Hipódromo Nacional, le confió la responsabilidad de pagar los cuadros ganadores del juego de “5 Y 6”, con lo cual garantizaba su transparencia.

Pero como Don Enrique, como les digo, era tan católico, decidió recaudar para la Iglesia, por cuenta propia, naturalmente, los centavos excedentes en los pagos, que no eran mayor cosa, cuando se registraban los llamados “mercados libres”, esto es, aquellos días en que abundaban los ganadores de cuadro con 5 aciertos, muchos de los cuales llegaban a pagar mínimas cantidades: 45 bolívares con 75 céntimos. O 105 bolívares con 50 céntimos… y así por el estilo…

Pedro Juliac, dirigía el Suplemento Hípico de El Nacional y publicó, -para gastarle una broma- que tan pronto como nombraron al doctor Carmelo Lauría padre, que era un notable urólogo y aficionado a las carreras---presidente de la institución, una de las primeras tareas que realizó fue la de inspeccionar los diversos departamentos y que al llegar a la taquilla de pago detrás de la cual se encontraba Acosta Clauzel lo increpó severamente:

- ¿Es cierto que Ud. le quita parte de las ganancias a los apostadores y las esconde en ese San Antonio que tiene a su lado?
- ¡Por Dios, doctor Lauría! - exclamó el interpelado - ¿Quién le ha dicho eso?

Y Lauría, autoritario, ordenó a dos empleados que lo acompañaban le tumbaran la cabeza al santo para ver cuánto había depositado allí el cajero. 
Los empleados cumplieron la orden y para el asombro de todos, no salió un solo centavo de la imagen decapitada. Acosta Clauzel, entonces, y que salió corriendo por los pasillos del edificio dando grandes voces:

- ¡Milagro, Milagro! 

Imaginen ustedes lo que gozó la gente con el chascarrillo. Porque Acosta Clauzel era famoso.

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